El colapso de la transición energética podría conducir a una bifurcación global
Según Vijay Jayaraj, 2025 podría ser recordado como el año en que el relato de la transición energética se resquebrajó, dejando al descubierto una brecha cada vez mayor entre las políticas impulsadas por la ideología y el realismo energético.
La historia probablemente recordará 2025 como el año en que los corporativistas de la energía finalmente dejaron de fingir que existe una crisis climática. Durante una década, se representó un extraño teatro del absurdo en el que los titanes de la industria del petróleo y el gas se disculpaban por su actividad principal mientras juraban lealtad a una “transición verde” que existía sobre todo en la imaginación de burócratas occidentales. Pero el telón parece haber caído.
ExxonMobil, uno de los mayores productores de energía del mundo, ha recortado 10.000 millones de dólares de sus compromisos de inversión en proyectos de bajo carbono hasta 2030. Al mismo tiempo, la empresa anunció que espera que el crecimiento de sus beneficios entre 2024 y 2030 —estimado en 25.000 millones de dólares— esté impulsado principalmente por aumentos en la producción de petróleo y gas, lo que elevará la producción diaria a 5,5 millones de barriles equivalentes de petróleo para finales de la década.
No se trata de una empresa que abandone su responsabilidad climática, sino de que finalmente reconoce lo que desde hace tiempo resulta evidente: el camino prescrito por el complejo industrial del clima es económicamente destructivo y operativamente imposible, incluso con enormes subsidios gubernamentales.
Durante años, la estrategia energética global ha sido surrealista. Empresas que construyeron el mundo moderno sobre la base de hidrocarburos de alta densidad energética complacieron a quienes celebraban la llegada de aerogeneradores y paneles solares como motores de la civilización. Pero la realidad, obstinada e implacable, ha interrumpido esa euforia psicodélica.
ExxonMobil afirma que sus inversiones de bajo carbono se ajustarán al apoyo de las políticas públicas y a la demanda de los clientes. En lenguaje corporativo, esto significa que el gasto en proyectos “verdes” se suspende a menos que el gobierno —utilizando nuestros impuestos— subsidie el riesgo o hasta que exista un mercado real.
Los megaproyectos, que antes eran presentados como el futuro, ahora están en la lista de aplazamientos. ¿Por qué? Porque, sin ayudas del contribuyente, la economía de intentar enterrar bajo tierra un nutriente vegetal como el dióxido de carbono simplemente no funciona y desafía el sentido común.
El sector energético está girando de una estrategia de “crecer limpio a cualquier costo” a otra de “primero los retornos, después la transición”. Los proyectos “verdes” están siendo relegados a un segundo plano en la asignación de capital: un gesto para la buena imagen pública en lugar de una actividad central.
La europea Shell, Aker BP y la canadiense Enbridge se han retirado de la iniciativa Science Based Targets, creada para establecer “reducciones de emisiones basadas en la ciencia”. Se trató de una retirada de lo que se describía como un “marco creíble y basado en la ciencia para alcanzar el cero neto”, porque no había ni credibilidad ni ciencia. Era un pacto suicida político. Los gigantes energéticos miraron al borde del precipicio y se negaron a saltar.
La multinacional británica BP, tras abandonar su promesa de ir “más allá del petróleo”, ha incrementado su gasto en petróleo y gas y ha suavizado sus objetivos en energías renovables.
ENEOS Holdings, una refinería japonesa, ha descartado sus objetivos de producción de hidrógeno. Su director ejecutivo, Tomohide Miyata, explicó que “el avance hacia una sociedad neutra en carbono parece estar desacelerándose”.
Estos giros de rumbo representan un renacimiento del realismo político. Las necesidades energéticas no desaparecen porque los políticos pronuncien discursos en cumbres climáticas, porque las corporaciones asignen fondos a programas ESG o porque los gobiernos intenten controlar el consumo y las elecciones de electrodomésticos y automóviles.
Las dudas sobre una transición “verde” inevitablemente condenada al fracaso son una victoria para la madre soltera en Estados Unidos que intenta ajustar su presupuesto para la calefacción invernal, para el pequeño empresario del Reino Unido cuyos márgenes se ven aplastados por una de las tarifas eléctricas comerciales más altas del mundo, y para los miles de millones de personas en los países en desarrollo, para quienes este giro podría significar la salvación frente a la pobreza generacional.
La pregunta ahora es si los gobiernos reconocerán lo que las corporaciones ya han dejado claro: que la transición energética fue una fantasía impregnada de lenguaje científico y adornada con moralismo decorativo. ¿O seguirán aumentando los subsidios y las regulaciones?
Lo más probable es que se produzca una bifurcación: por un lado, las burocracias occidentales, especialmente en Europa, continuando un declive económico bajo mandatos e impuestos; y por otro, gobiernos pragmáticos, muchos de ellos en Asia, persiguiendo la prosperidad con combustibles y tecnologías que sí funcionan.
Este comentario fue publicado por primera vez en Daily Caller el 25 de diciembre.
(Traducido al español para Clintel Foundation por Tom van Leeuwen.)

Vijay Jayaraj
Vijay Jayaraj is a Science and Research Associate at the CO2 Coalition, Fairfax, Virginia. He holds an M.S. in environmental sciences from the University of East Anglia and a postgraduate degree in energy management from Robert Gordon University, both in the U.K., and a bachelor’s in engineering from Anna University, India. He served as a research associate with the Changing Oceans Research Unit at University of British Columbia, Canada.
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