La clase consultora por fin reconoce las realidades energéticas

En su último comentario, el consultor convertido en analista Vijay Jayaraj revela cómo la élite asesora justo ahora está empezando a aceptar las limitaciones reales de los sistemas energéticos globales. Según Jayaraj, este retraso revela una desconexión sistémica entre la teoría económica y la realidad energética.

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Vijay Jayarai
Fecha: 12 de noviembre 2025

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Un nuevo informe de McKinsey & Company, el «Global Energy Perspective», deja al descubierto lo que muchos de nosotros —tachados de «negacionistas del clima»— hemos estado afirmando desde hace tiempo: el carbón, el petróleo y el gas natural seguirán siendo las fuentes dominantes de energía global mucho más allá de 2050.

La perspectiva de McKinsey para 2025 ajusta drásticamente sus proyecciones anteriores. El año pasado, los modelos de la consultora preveían que la demanda de carbón caería un 40 % para 2035. Hoy, McKinsey proyecta un aumento del 1 % en el mismo período. Este giro dramático se debe al récord de nuevas centrales eléctricas de carbón en China, al aumento inesperado del uso global de electricidad y a la falta de alternativas viables para industrias como la del acero, la delos productos químicos y la de la manufactura pesada.

El informe indica que los tres combustibles fósiles seguirán suministrando hasta el 55 % de la energía mundial en 2050, una previsión que, a mi juicio, resulta baja. Actualmente, la proporción de hidrocarburos ronda el 64 %.

En cualquier caso, el informe de McKinsey confirma lo que los analistas energéticos experimentados y los responsables políticos pragmáticos han sostenido desde hace tiempo: la transición energética no será rápida, sencilla ni regida únicamente por objetivos climáticos. De hecho, esta transición no ocurrirá en absoluto sin un despliegue a gran escala de tecnologías nucleares, geotérmicas u otras innovaciones tecnológicas que resulten realmente prácticas.

En lugares como India, el sudeste asiático y el África subsahariana, las principales prioridades energéticas son el acceso, la asequibilidad y la fiabilidad, que en conjunto equivalen a seguridad nacional. Los planificadores son muy conscientes de una trampa: la dependencia exclusiva de la energía sujeta al clima conlleva el riesgo de apagones, interrupciones industriales, declive económico y disturbios civiles.

Por eso muchos países en desarrollo adoptan una doble vía: continúan invirtiendo en generación convencional (carbón, gas, nuclear) mientras desarrollan tecnologías alternativas. McKinsey lo expresa en jerga de consultoría: «Los países y las regiones seguirán trayectorias distintas basadas en sus condiciones económicas locales, dotación de recursos y las realidades que enfrentan las industrias en particular».

En países como India, Indonesia y Nigeria, la magnitud de la electrificación y la expansión industrial es enorme. Estos países no pueden esperar décadas para soluciones perfectas; necesitan fiabilidad y soluciones «suficientemente buenas por ahora». Eso significa que los combustibles convencionales seguirán utilizándose.

El análisis de McKinsey también subraya lo que dictan la física y la ingeniería: las fuentes intermitentes y dependientes del clima, como la eólica y la solar, requieren vastas extensiones de terreno, baterías de respaldo y grandes inversiones en generación y redes eléctricas, nada de lo cual es barato ni rápido.

Las tecnologías eólica y solar, etiquetadas como renovables, deberían llamarse en realidad destructoras de economías. Generan sistemas eléctricos costosos e inestables que han puesto de rodillas a países ricos en energía como Alemania. Tras gastar miles de millones de dólares en turbinas eólicas y paneles solares poco fiables y desmantelar plantas nucleares y de carbón, el país sufre altos precios y estancamiento económico.

Los alemanes incluso tienen una palabra para su crisis autoinfligida: Dunkelflaute. Significa «calma oscura»: un período de días fríos, sin sol ni viento, cuando su red «verde» falla. Durante una Dunkelflaute en noviembre de 2024, los combustibles fósiles tuvieron que proporcionar el 70 % de la electricidad de Alemania.

Si las «renovables» fueran realmente capaces, los planificadores estarían cerrando las centrales fósiles. Pero no es así. Mientras en algunos lugares se impulsan la eólica y la solar, el carbón y el gas natural siguen siendo combustibles muy demandados. Solo en la primera mitad de 2025, China puso en marcha unos 21 gigavatios (GW) de nueva capacidad de carbón, más que cualquier otro país y el mayor aumento desde 2016.

Además, China ha aprobado la construcción de 25 GW adicionales de nuevas plantas de carbón en la primera mitad de 2026. En julio, el territorio continental chino contaba con casi 1 200 plantas de carbón, superando con creces al resto del mundo.

McKinsey señala un aumento espectacular de la demanda de electricidad impulsada por los centros de datos, estimado en torno al 17 % anual entre 2022 y 2030 en los 38 países de la OCDE. Este crecimiento del consumo eléctrico simplemente no puede ser cubierto por la energía eólica y solar.

Cuando analistas, periodistas e ingenieros señalan estas realidades, se les tacha de «voceros» de la industria de los combustibles fósiles. Sin embargo, no es propaganda reconocer la física y la economía que sustentan las necesidades energéticas del mundo. Negar estos hechos equivale a negar que la energía fiable sigue siendo la base de la civilización moderna.

El coste de las políticas «verdes» insensatas se paga con empleos perdidos, empresas arruinadas, vidas alteradas y empobrecimiento que podrían haberse evitado con decisiones más sabias.

Para quienes llevamos años señalando estas realidades energéticas, la reivindicación llega con un sabor agridulce. La satisfacción de tener razón se ve atenuada por el hecho de que muchos han sufrido porque se ignoró la realidad.

Traducido al español por Tom van Leeuwen.

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Vijay Jayaraj

Vijay Jayaraj es investigador científico asociado en la CO2 Coalition, Fairfax, Virginia. Tiene una maestría en ciencias ambientales de la University of East Anglia y un posgrado en gestión energética de la Robert Gordon University, ambas en el Reino Unido, además de una licenciatura en ingeniería por la Anna University, India.

Este comentario fue publicado por primera vez en el Daily Caller, el 9 de noviembre.

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