El “emperador verde” de Europa está desnudo y tiene frío
Europa se presenta a sí misma como la catedral de la transición «verde». Burócratas en Bruselas y políticos en Berlín llevan décadas dando lecciones al resto del mundo sobre la supuesta necesidad moral de abandonar los hidrocarburos. Han construido un relato de la Unión Europea como una ciudad resplandeciente, impulsada por la brisa y el sol, modelo de una utopía de cero emisiones netas.
Sin embargo, cuando el primer frío real del invierno se instaló sobre el continente este otoño, esa fachada se derrumbó bajo el peso de la realidad física.
Europa depende de los combustibles fósiles para aproximadamente el 70 % de su consumo energético total. Esta cifra se ha mantenido obstinadamente estable a lo largo de los años, a pesar de los miles de millones de euros invertidos en infraestructuras solares y eólicas. El tan celebrado crecimiento de estas tecnologías oculta una verdad fundamental sobre los sistemas energéticos que los responsables políticos europeos se niegan a reconocer públicamente: la electricidad representa solo una fracción de la demanda energética total.
El transporte, la calefacción, los procesos industriales y la fabricación siguen funcionando abrumadoramente con petróleo, gas natural y carbón. Destacar el aumento de la generación eléctrica renovable mientras se ignora el panorama energético completo es como presumir de una nueva puerta de entrada mientras el resto de la casa se cae a pedazos.
A finales de noviembre, la fragilidad de un sistema energético dependiente del clima quedó en evidencia cuando las temperaturas descendieron y la demanda de calefacción se disparó. Se trata de una característica predecible de la vida en el hemisferio norte y, sin embargo, la política energética europea parece sorprenderse perpetuamente por ello.
Justo cuando las familias más necesitaban calor, el viento se negó a soplar. Es la llamada Dunkelflaute —la calma oscura— sobre la que los ingenieros llevan años advirtiendo. La generación eólica se desplomó un 20 %.
Los operadores de la red eléctrica, necesitados de una fuente de respaldo para evitar apagones, no recurrieron a las baterías, que siguen siendo lamentablemente insuficientes para esta tarea. En su lugar, activaron el verdadero caballo de batalla de los sistemas energéticos actuales: el gas natural. La generación a gas aumentó en más del 40 % para cubrir el vacío dejado por las turbinas eólicas detenidas.
En los Países Bajos, los heating-degree days —una medida de la demanda de calefacción— se situaron un 35 % por encima de la media de los últimos cinco años. Los datos de mediados de noviembre dibujan un panorama demoledor del fracaso de las llamadas energías renovables. Entre el 14 y el 21 de noviembre, cuando la primera ola de frío se apoderó de la región, la demanda europea de gas se disparó un 45 %.
En términos absolutos, la demanda diaria de gas aumentó en 0,6 mil millones de metros cúbicos por día. No fue un incremento gradual, sino un pico inducido por el pánico: un aumento del 75 % en las necesidades de calefacción residencial y comercial.
Los almacenamientos de gas fueron los héroes silenciosos de este episodio, cubriendo aproximadamente el 90 % del aumento de la demanda diaria durante una semana crítica. Las extracciones de las instalaciones de almacenamiento se dispararon en casi un 450 %.
La magnitud de esta intervención del gas natural es difícil de exagerar. Para poner en perspectiva esos 0,6 mil millones de metros cúbicos de gas, basta señalar que su equivalente energético corresponde a la producción diaria de 220 centrales nucleares, una cifra casi cinco veces superior al tamaño de todo el parque nuclear francés.
Imagine la catástrofe si Europa hubiera alcanzado sus objetivos de cero emisiones netas y eliminado su infraestructura de gas. No existe ningún sistema de baterías en la Tierra, ni actual ni proyectado, capaz de desplegar el equivalente a 220 reactores nucleares.
A pesar de este consumo frenético de gas, los precios se han mantenido relativamente estables. Esto no se debió a la previsión europea, sino al llamado “dividendo de la paz” derivado de una posible resolución del conflicto en Ucrania y, más importante aún, a una avalancha de gas natural licuado procedente de Estados Unidos.
Aquí reside la ironía suprema de esta historia: una Unión Europea anti–combustibles fósiles y anti–perforación mantiene con vida a su población únicamente gracias a una administración pro–combustibles fósiles y pro–ser humano al otro lado del Atlántico. Estados Unidos, al fomentar la producción de hidrocarburos, ha creado el excedente que hoy calienta los hogares europeos.
Los combustibles fósiles son el sustento vital de la vida cotidiana, especialmente en sociedades avanzadas, que no pueden funcionar basándose en el pensamiento ilusorio de los adoradores del viento y del sol. La estabilidad de la sociedad europea actual descansa sobre los hombros de los perforadores estadounidenses de pozos de gas.
La Unión Europea sirve como advertencia de lo que ocurre cuando la ideología se impone a la física. Los mandatos climáticos no pueden hacer que el viento sople. El “emperador verde” no lleva ropa… y, créanme, hace frío ahí fuera.
Este comentario fue publicado originalmente en RealClear Markets el 16 de diciembre.
(Traducido al español para Clintel Foundation por Tom van Leeuwen.)

Vijay Jayaraj
Vijay Jayaraj es Asociado de Ciencia e Investigación en la CO₂ Coalition, con sede en Fairfax, Virginia. Posee un máster en ciencias ambientales por la Universidad de East Anglia y un posgrado en gestión energética por la Universidad Robert Gordon, ambos en el Reino Unido, así como un título de ingeniería por la Universidad Anna, en la India.
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