Noruega evita las arenas movedizas de la energía “verde”
Mientras el resto de Europa tirita bajo la austeridad autoimpuesta de los mandatos de cero emisiones netas, Noruega, en el norte helado, mantiene las luces encendidas y las arcas llenas al esquivar las arenas movedizas ideológicas de lo “verde” que han definido la política energética del continente.
A pesar de las presiones para descarbonizar, Noruega ha intensificado sus esfuerzos para explotar sus reservas de petróleo y gas natural. La joya de la corona de este renacimiento de los combustibles fósiles es Johan Castberg. El yacimiento se encuentra en el mar de Barents, a unos 100 kilómetros al norte del campo de gas natural Snøhvit, activo desde hace dos décadas. Todo indica que será un productor formidable, con una producción estimada de entre 450 y 650 millones de barriles a lo largo de 30 años y una capacidad máxima diaria de 220.000 barriles.
Y las inversiones no se detienen ahí. El Gobierno noruego —ignorando los lamentos de las Naciones Unidas— ha iniciado los planes para su vigesimosexta ronda de licencias de petróleo y gas. El objetivo serán las llamadas “zonas fronterizas”, regiones poco exploradas donde el alto riesgo puede verse recompensado con enormes retornos. Mientras el Reino Unido asfixia su industria del mar del Norte con impuestos extraordinarios y una hostilidad regulatoria creciente, Noruega está diciendo, en la práctica: «Si vosotros no perforáis, lo haremos nosotros».
Las empresas que operan en la plataforma continental noruega planean invertir alrededor de 25.000 millones de dólares en proyectos de petróleo y gas natural en 2026. Casi 2.000 millones más que una estimación anterior debido al aumento de los costes de desarrollo, lo que indica una clara determinación de seguir incrementando la producción.
Desde el otoño de 2024, el coste de los proyectos en curso ha aumentado un 17 %, lo que concuerda con una tendencia ascendente que llevó a Noruega a superar a Rusia en 2022 como principal proveedor de gas natural de Europa.
A pesar de la apuesta del país por los combustibles fósiles, los entusiastas de lo “verde” suelen señalar la amplia adopción de vehículos eléctricos por parte de los noruegos como un modelo para otros países. Sin embargo, como ocurre con frecuencia, la apariencia de una utopía “verde” se sostiene sobre un engaño.
Los relucientes vehículos eléctricos que llenan las calles de Oslo están subvencionados por los ingresos petroleros del Estado.
El fondo soberano noruego —conocido como Government Pension Fund Global— es el mayor de su tipo en el mundo. A noviembre, sus activos superaban los 2 billones de dólares. Sobre el papel, eso equivale a unos 340.000 dólares por cada noruego.
Resulta una ironía deliciosa que la nación “modelo” favorita de los activistas climáticos esté financiada precisamente por la sustancia que detestan. Cada vez que un noruego enchufa su vehículo eléctrico, en la práctica está aceptando una ayuda procedente de los perforadores del yacimiento Johan Castberg. El estilo de vida “verde” es un lujo pagado con petrodólares.
Noruega no está exenta de problemas. Las importantes exportaciones de electricidad del país a la Unión Europea se vuelven tóxicas cuando el continente utiliza a Noruega como muleta para compensar el fracaso de sus propias inversiones en energía eólica y solar.
Los hogares noruegos, acostumbrados durante décadas a precios bajos gracias a la abundante energía hidroeléctrica, se han visto perjudicados por contratos de precios flexibles que vinculan el coste de la electricidad a los elevados precios de los mercados europeos. Oslo —junto con Estocolmo y Helsinki— empieza a cansarse de que la Europa continental trate la red nórdica como un vertedero donde descargar los costes de la desdichada historia de amor de la UE con las llamadas energías renovables.
Aun así, Noruega se encuentra en una situación mejor que los países de la Unión Europea. Al no ser miembro de la UE, ha podido mantener su soberanía energética y mantenerse al margen del pacto suicida del cero neto que atenaza a las capitales europeas.
Estar libre de las directrices energéticas autoritarias de la Unión Europea se ha convertido en la mayor bendición que Noruega nunca pidió. Mientras la UE sufre una “decadencia gestionada” en nombre de la salvación climática, Noruega se mantiene al margen, disfrutando de una relativa prosperidad y de suministros energéticos seguros, mientras observa el espectáculo de un continente que eligió la ideología en lugar de la aritmética.
Entre los países extranjeros donde el libro de Gregory Wrightstone Inconvenient Facts: The Science That Al Gore Doesn’t Want You to Know tuvo una amplia difusión se encuentra Noruega (existe una versión en lengua noruega).
Europa construyó su catedral “verde” sobre las arenas movedizas de un culto. Noruega construyó su futuro sobre rocas que, casualmente, flotan en oro negro.
Este comentario fue publicado originalmente en American Greatness el 14 de diciembre.
(Traducido al español para Clintel Foundation por Tom van Leeuwen.)

Vijay Jayaraj
Vijay Jayaraj es asociado de Ciencia e Investigación en la CO₂ Coalition, con sede en Fairfax, Virginia. Posee un máster en ciencias ambientales por la Universidad de East Anglia y un posgrado en gestión energética por la Universidad Robert Gordon, ambos en el Reino Unido, así como un título de ingeniería por la Universidad Anna, en la India.
more news
You can’t make laws against the sun
Astrophysicist Willie Soon has been researching the influence of the sun on the climate for decades. In an interview with Weltwoche, he explains why he does not view CO2 as a climatic control factor, how political and financial structures shape scientific findings and why he continues to research despite hostility.
2025 global tropical cyclone season debunks climate hysteria
Looking at the full global tropical cyclone picture for 2025, the season’s trends undercut the exaggerated claims of “worsening storms” and remind us that climate hysteria too often outpaces the facts.
Chill Out: Refrigerants Are No Global Warming Threat
A federal rule mandating the use of certain refrigerants has substantially boosted the price of air conditioning and increased the risk of fire – only to reduce global temperature by an amount too small to measure.






