Un episodio de calentamiento global en el pasado más rápido que el actual: el Younger Dryas
Con una narrativa científica clara, Ralph B. Alexander pone de relieve cómo el Younger Dryas terminó en un episodio de calentamiento natural repentino, mucho más rápido que el que observamos hoy. Su artículo plantea preguntas contundentes sobre los factores que impulsan los cambios climáticos abruptos en la historia de la Tierra.
«Si una hipótesis científica no concuerda con el experimento, es FALSA».
Richard Feynman, Premio Nobel de Física
Los escépticos de la narrativa del cambio climático suelen señalar períodos de calentamiento en el pasado remoto, cuando las temperaturas globales eran muy superiores a las actuales mientras que los niveles de CO₂ eran más bajos, como prueba de que las emisiones humanas de CO₂ no pueden ser la causa del calentamiento global moderno. Sin embargo, esta afirmación es rechazada por los defensores de la narrativa del CO₂, quienes sostienen que el calentamiento actual se está produciendo a un ritmo mucho más rápido que en cualquier episodio pasado.
No obstante, existen numerosos ejemplos de cambios climáticos rápidos en el registro histórico, algunos tan recientes como la última edad de hielo. Uno de los mejor documentados es un período de convulsión climática conocido como el Younger Dryas, que tuvo lugar aproximadamente entre hace 12.900 y 11.700 años y revirtió temporalmente la recuperación de la Tierra tras las gélidas condiciones glaciares.
El efecto sobre la temperatura y la acumulación de hielo en Groenlandia se ilustra en la figura siguiente, pero un fenómeno similar se produjo en todo el hemisferio norte. El Younger Dryas debe su nombre a una planta silvestre, Dryas octopetala, que prospera en climas europeos muy fríos.
A medida que la Tierra se calentaba lentamente tras la edad de hielo, la temperatura (línea roja) experimentó de repente un pronunciado ascenso —hasta niveles cercanos a los actuales— hace unos 15.000 años. Este episodio se conoce como el Oldest Dryas y es claramente visible en el lado izquierdo de la figura. Poco después siguió el Younger Dryas, cuando la temperatura volvió a desplomarse hasta condiciones casi glaciares, lo que debió de resultar devastador para los primeros seres humanos.
Sin embargo, el Younger Dryas terminó de forma abrupta, con temperaturas que volvieron a elevarse rápidamente hasta los valores que habrían alcanzado de no haberse producido los episodios Dryas. Según numerosas estimaciones (véase, por ejemplo, aquí y aquí), la temperatura media anual global aumentó hasta 10 grados Celsius (18 °F) en tan solo 10 años.
Eso equivale a un incremento de 1 grado Celsius (1,8 °F) en un solo año, muy por encima del calentamiento global moderno, en el que el mismo aumento de 1 grado Celsius ha requerido más de 50 años.
Sin embargo, el Younger Dryas no es un caso aislado de cambio climático abrupto en el pasado de nuestro planeta. Como expuse en una entrada de blog de 2024, las temperaturas en Groenlandia aumentaron de forma repentina y volvieron a descender al menos 25 veces durante la última edad de hielo, que se extendió aproximadamente entre hace 115.000 y 10.000 años. Oscilaciones térmicas correspondientes también se produjeron en la Antártida, aunque fueron menos pronunciadas que en Groenlandia.
Estos intensos pero fugaces episodios de calentamiento se conocen como eventos Dansgaard–Oeschger (D–O), en honor a los paleoclimatólogos Willi Dansgaard y Hans Oeschger, quienes analizaron núcleos de hielo obtenidos mediante perforaciones profundas en la capa de hielo de Groenlandia. Identificaron una serie de fluctuaciones climáticas rápidas, en las que la Tierra se calentaba hasta condiciones cercanas a las interglaciares en el transcurso de apenas unas décadas, para luego enfriarse gradualmente de nuevo hasta temperaturas glaciares extremas.
El fenómeno puede observarse en la figura siguiente, que muestra datos de núcleos de hielo tanto de Groenlandia como de la Antártida; para cada región se presentan dos series de mediciones registradas en distintos lugares. Las proporciones isotópicas de ¹⁸O/¹⁶O (δ¹⁸O) y ²H/¹H (δ²H) en los núcleos se utilizan como indicadores indirectos de la temperatura superficial pasada en Groenlandia y la Antártida, respectivamente. El Younger Dryas es simplemente el último de 25 o 26 eventos D–O ocurridos a lo largo de los últimos 120.000 años, aunque se trata de uno especialmente intenso.
Se han propuesto varias hipótesis para explicar el Younger Dryas. La hipótesis dominante sostiene que enormes cantidades de agua dulce fueron vertidas en el océano Atlántico Norte hace unos 12.900 años, en forma de icebergs que se derretían rápidamente y que procedían de la enorme capa de hielo Laurentide, que cubría gran parte de Canadá y el norte de Estados Unidos.
Esta masiva afluencia de agua dulce habría alterado la circulación termohalina oceánica profunda (mostrada en la figura siguiente) al reducir la salinidad del océano, lo que a su vez habría suprimido la formación de aguas profundas y debilitado la AMOC (Atlantic Meridional Overturning Circulation). Con el tiempo, a medida que disminuía el flujo de agua de deshielo, la AMOC se habría fortalecido de nuevo, permitiendo la recuperación del clima.
Un problema de esta hipótesis es la cronología: un segundo pulso de agua de deshielo, aunque ligeramente menor que el primero ocurrido 1.200 años antes, tuvo lugar al final del Younger Dryas. Sin embargo, este segundo pulso no dio lugar a un debilitamiento similar de la AMOC.
Una explicación alternativa es la hipótesis del impacto. Esta plantea el impacto de un gran objeto extraterrestre que explotó en la atmósfera, generando fragmentos que impactaron en diversas regiones del mundo hace 12.900 años. Se cree que dichos fragmentos provocaron incendios forestales generalizados e incluso causaron varias extinciones.
Los defensores de esta hipótesis señalan capas geológicas conocidas como “black mats” (mantos negros), así como la formación de nanodiamantes, como evidencia de antiguos eventos ígneos. Otros, sin embargo, descartan estas afirmaciones y sostienen que es igualmente probable que erupciones volcánicas fueran la causa.
Este artículo fue publicado el 8 de diciembre por Science Under Attack.
(Traducido al español para Clintel Foundation por Tom van Leeuwen.)
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