Un homenaje de Acción de Gracias al calentamiento global y al CO₂
¿Y si celebráramos Acción de Gracias rindiendo homenaje al calentamiento global y a la relativa abundancia de dióxido de carbono (CO₂) en la atmósfera? Un pensamiento escandalosamente provocador, ¿verdad? Proponer que honremos aquello que las élites globales y sus medios colaboradores insisten en presentar como una amenaza de catástrofe segura. Sin embargo, esto es precisamente lo que exige un pensamiento sensato.
Hace apenas 50 años, en la década de 1970, los medios difundían advertencias alarmistas sobre una inminente edad de hielo. Algunos científicos hablaban de un oscurecimiento planetario y de la necesidad de tomar medidas drásticas e inmediatas para evitar el retorno de glaciares continentales.
Al menos, el temor a una catástrofe provocada por el frío tenía cierta base histórica en las luchas de sociedades pasadas durante periodos fríos. La Pequeña Edad de Hielo, que duró aproximadamente de 1300 a 1850, fue un periodo prolongado de intenso frío en el que, según los relatos de historiadores, “todo lo que crecía sobre la tierra moría y pasaba hambre”.
En Londres se celebraban ferias sobre el Támesis congelado. Las cosechas fallaban de forma recurrente, causando hambrunas, pobreza e inestabilidad política en todo el hemisferio norte. No se trataba de una crisis teórica, sino de una realidad brutal, en la que una leve disminución de la temperatura global amenazaba la supervivencia de comunidades enteras. Las personas que luchaban contra el hambre y las enfermedades durante la Pequeña Edad de Hielo habrían dado lo que fuera por un clima más cálido.
El hogar estadounidense típico rara vez piensa en este largo arco de la historia climática cuando prepara la cena de Acción de Gracias. Los alimentos se obtienen en tiendas repletas de productos, provenientes de diversos lugares: manzanas de regiones frías, uvas de climas cálidos. Algunas hortalizas se cultivan localmente y otras recorren continentes antes de llegar al consumidor.
El primer paso de esta cadena —el crecimiento de las plantas— se beneficia del clima cálido actual, mucho más benigno que el de la Pequeña Edad de Hielo. Sin embargo, la alarma actual apunta supuestamente a un calentamiento destructivo, una preocupación que la historia contradice. Repetidos periodos cálidos del pasado dieron lugar a prosperidad y civilizaciones florecientes. Entre ellos figuraron el Periodo Cálido Romano hace 2.000 años y el Periodo Cálido Medieval, más reciente. En ambos, se cultivaron cosechas en regiones que hoy son demasiado frías para esos cultivos.
La historia moderna de abundancia está profundamente ligada al silencioso pero espectacular reverdecimiento del planeta desde el siglo XX. Imágenes satelitales confirman que el mundo se ha vuelto más verde desde la década de 1980, especialmente en zonas áridas y semiáridas. ¿Por qué? Los principales impulsores son niveles más altos de CO₂ atmosférico —proveniente en gran parte de emisiones industriales— y un clima naturalmente más cálido.
El dióxido de carbono es el alimento de las plantas, un ingrediente esencial, junto con el agua y la luz solar, para la fotosíntesis. La gran ironía del alarmismo climático es que el aumento del CO₂ ha desencadenado uno de los cambios ambientales más beneficiosos de la historia reciente: ecosistemas más vigorosos y cosechas récord.
También son fundamentales para la producción de alimentos los fertilizantes modernos —fabricados en su mayoría con gas natural— que suministran el nitrógeno necesario para cultivos de alto rendimiento.
Los combustibles de alta densidad energética, como el carbón, el petróleo y el gas natural —demonizados por emitir CO₂— siguen siendo la columna vertebral de la distribución de alimentos, especialmente en el mundo desarrollado. Alimentan bombas de riego, plantas de fertilizantes, flotas de transporte, maquinaria agrícola y sistemas de refrigeración. Si elimináramos estas fuentes de energía, los graneros se vaciarían. El hambre dejaría de ser un recuerdo histórico y pasaría a golpear la puerta.
¿Y qué hay de las advertencias que afirman que un planeta más cálido destruirá la seguridad alimentaria global? Esta afirmación no resiste el escrutinio. En los últimos 40 años, el rendimiento de cultivos básicos como trigo, maíz y arroz se ha disparado. Las hambrunas —aunque todavía presentes en lugares con conflictos o gobiernos corruptos— ya no son la norma mundial. El planeta sostiene hoy a 8.000 millones de personas con estándares de vida más altos que nunca.
¿Por qué, entonces, tantos creen que cada fenómeno meteorológico inusual anuncia un futuro apocalíptico? La respuesta reside en el constante enfoque mediático en el riesgo, acompañado de una presentación distorsionada de la historia natural. El clima de la Tierra siempre ha cambiado, en escalas de décadas a milenios. Megasequías, inundaciones, episodios de calor y frío extremos no son nada nuevo.
Así que, en esta celebración de Acción de Gracias, recordemos una verdad sencilla: mucho debemos al calor del sol, al trabajo invisible del dióxido de carbono y a los combustibles fósiles que permiten que la abundancia del campo llegue a nuestra mesa.
Este comentario fue publicado por primera vez en The Blaze el 27 de noviembre.
(Traducido al español para Clintel Foundation por Tom van Leeuwen.)

Vijay Jayaraj
Vijay Jayaraj es investigador científico asociado a la CO₂ Coalition en Fairfax, Virginia. Tiene una maestría en ciencias ambientales de la Universidad de East Anglia y un posgrado en gestión energética de la Universidad Robert Gordon, ambas en el Reino Unido, y es licenciado en ingeniería por la Universidad Anna, India.
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