Trump y su momento Eisenhower: COP30, la OMI y el fin de la agenda verde europea
En su último análisis, Tilak Doshi sostiene que el realismo energético del presidente Trump ha desencadenado un cambio geopolítico que desafía las ambiciones verdes de Europa justo cuando se inaugura la COP30.
A medida que las delegaciones mundiales sobre el clima se reúnen en Belém para la COP30 (del 10 al 21 de noviembre), lo hacen bajo un cielo geopolítico muy distinto. Estados Unidos se ha retirado por completo del proceso climático de la ONU, y sus diplomáticos acaban de liderar una rebelión exitosa en la Organización Marítima Internacional (OMI) para bloquear un impuesto global sobre el carbono al transporte marítimo. El episodio marca no solo un punto de inflexión en la política climática mundial, sino también un momento de resonancia histórica. El intento de Europa de imponer su hegemonía moral y regulatoria al mundo ha sido frenado por EE. UU. Al igual que en 1956, cuando el presidente Eisenhower obligó a sus aliados europeos a abortar su intento de tomar el Canal de Suez, el enfoque “drill, baby, drill” de Trump en 2025 ha reafirmado la primacía del interés nacional frente a la pretensión imperial.
La revuelta en la OMI
En abril de 2025, la OMI presentó lo que Carbon Brief –un sitio web europeo de defensa de políticas climáticas– describió como “el primero en el mundo en combinar límites obligatorios de emisiones y precios de gases de efecto invernadero en todo un sector industrial”. El “Marco Net Zero” habría impuesto un gravamen global efectivo sobre los barcos que no cumplieran los objetivos de intensidad de emisiones y habría canalizado los ingresos hacia un fondo mundial de descarbonización administrado por la ONU.
En octubre, ese proyecto estaba hecho trizas. Como informó Climate Home News, un medio británico de activismo verde: “El Marco Net Zero de la OMI volverá a ser sometido a aprobación en octubre de 2026, después de que Estados Unidos y Arabia Saudí persuadieran a los países para que no votaran como estaba previsto”. La postura estadounidense es explícita. Un comunicado del Departamento de Estado titulado “Acción para defender a Estados Unidos del primer impuesto global sobre el carbono de la ONU” declaraba: “La Administración rechaza inequívocamente cualquier esfuerzo por imponer medidas económicas contra barcos estadounidenses en función de las emisiones de GEI o del tipo de combustible”.
El Departamento de Estado enfrentó de forma contundente los esfuerzos liderados por la OMI, afirmando que: “Estados Unidos tomará medidas de represalia contra las naciones que promuevan esta exportación neocolonial europea de regulaciones climáticas globales”. Negociadores estadounidenses advirtieron de “medidas recíprocas para contrarrestar cualquier tarifa impuesta a los barcos de EE. UU.”. En palabras de una fuente del sector citada por E&E News: “El equipo de Trump hizo todo lo posible para matar el impuesto al carbono, movilizando a aliados desde Asia hasta África”. El resultado: la iniciativa climática multilateral más ambiciosa de Europa desde París 2015 ha sido aplazada al menos un año bajo presión estadounidense. El episodio demuestra que Washington ya no se limita a abstenerse de los esquemas globalistas: ahora los bloquea cuando el interés nacional está en juego.
La política interna de la UE agrava el problema. Politico apunta que “Hungría, Polonia y Eslovaquia se negaron a aceptar objetivos más estrictos para 2035, advirtiendo de daños a sus industrias”. La UE afronta unas perspectivas económicas desoladoras. El canciller alemán Friedrich Merz ha advertido de que el Estado del bienestar “ya no es sostenible”, mientras Francia y el Reino Unido se tambalean al borde de la insolvencia financiera. El Pacto Verde Europeo, antes aclamado como “el momento lunar de Europa”, se ha convertido en un pantano fiscal y político.
La COP30 llega, por tanto, en un momento en que el autoproclamado “liderazgo climático” europeo es en gran medida retórico. Su capital moral no puede pagar sus facturas de energía. Al igual que Europa, el Reino Unido –aficionado a proclamar su ‘liderazgo climático’– está siendo víctima de su propia trampa, con el secretario de Energía “Mad Ed” Miliband encabezando la carga. El orden climático europeo se construyó sobre dos ilusiones: que el mundo seguiría su liderazgo moral, y que sus propios ciudadanos soportarían indefinidamente los costes. Ambas han colapsado.
Incluso una figura icónica del establishment climático como Bill Gates percibe el cambio. Publicó recientemente una nota en su sitio web en la que, sorprendentemente, admitía:
“Aunque el cambio climático tendrá consecuencias graves —especialmente para las personas en los países más pobres— no conducirá a la desaparición de la humanidad. Las personas podrán vivir y prosperar en la mayoría de los lugares de la Tierra en el futuro previsible.”
Cuando incluso el tecnócrata multimillonario que financió el alarmismo climático durante más de una década pide realismo, la marea intelectual está cambiando.
El regreso de Estados Unidos al realismo energético
Desde su primera semana en el cargo en un segundo mandato, el presidente Trump ha actuado para desmantelar la burocracia climática global. Se retiró del Acuerdo de París y detuvo los pagos al Fondo Verde para el Clima. Su administración apoyó iniciativas legislativas en Texas para eliminar criterios ESG de decisiones de inversión y contratación de fondos de pensiones estatales. La administración Trump está desafiando activamente el Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono (CBAM) de la UE, calificándolo de “práctica comercial injusta” y de “nuevo impuesto verde global estafador”. El bloqueo del impuesto de la OMI es solo el último movimiento de EE. UU. contra la agenda climática globalista liderada por la UE.
Estas medidas no son simples gestos populistas. Configuran una doctrina coherente de dominio energético: una reafirmación de que la competitividad económica y la seguridad energética son la base del poder nacional. La portavoz de la Casa Blanca, Taylor Rogers, dijo a The Guardian: “El presidente Trump no pondrá en riesgo la seguridad económica y nacional de nuestro país para perseguir objetivos climáticos vagos que están matando a otros países”.
La lección de Eisenhower
La analogía con la crisis de Suez de 1956 no es artificial. Entonces, Reino Unido y Francia, aferrados a ilusiones imperiales, intentaron retomar el control del canal con ayuda de Israel frente al Egipto de Nasser. La administración Eisenhower, temiendo una reacción global ante la percepción de colonialismo europeo y una respuesta soviética, utilizó presión económica —incluyendo amenazas de vender sus reservas en libras esterlinas— para obligar a sus aliados a retirarse. The Economist lo describió más tarde como “el momento en que Gran Bretaña aprendió que ya no era una gran potencia”.
Hoy, como en 1956, cuando la crisis de Suez expuso la brecha entre ambición imperial y recursos económicos, la derrota de la OMI ha revelado la senescencia estratégica de la UE. Sus líderes ya no pueden imponer el cumplimiento mediante el poder blando. Incluso los propios miembros de la UE resisten ahora sus dictados. En 1956, EE. UU. intervino para frenar una empresa imperial, un proyecto de dominación que amenazaba la estabilidad mundial. En 2025, interviene para frenar una empresa climática, una cruzada regulatoria que amenaza la prosperidad global. Entonces, el intento de tomar el Canal de Suez; ahora, la maniobra del impuesto al carbono de la OMI sobre el transporte marítimo global. Entonces, las cañoneras imperiales europeas; ahora, los burócratas climáticos de la UE.
Habiendo externalizado su defensa a la OTAN —que avanzó hacia la frontera rusa bajo tutela estadounidense en los años 90—, la UE trató de construir su estatura moral mediante el multiculturalismo, la inmigración masiva y la cruzada Net Zero. En los salones de Bruselas y de las capitales europeas, el Acuerdo de París fue adoptado como la empresa insignia europea —una empresa que el presidente Obama apoyó entusiastamente sin aprobación del Senado, que sabía que no habría llegado.
El plan de un impuesto mundial al carbono de la OMI iba a ser el nuevo intento de la ONU de “salvar el planeta”. Trump, como Eisenhower, lo ha torpedeado —a través de la influencia financiera y diplomática. Una vez más, Washington ha recordado a Europa que el postureo moral sin poder material es mera vanidad. Si en otra época EE. UU. se opuso al colonialismo de recursos europeo, ahora se opone al colonialismo del carbono europeo, como expresó elocuentemente el secretario de Energía de EE. UU. Chris Wright.
El proyecto climático globalista occidental tenía menos que ver con la ciencia que con la salvación. En la Europa poscristiana, las emisiones de carbono reemplazaron al pecado; Net Zero se convirtió en la redención moral mediante la autosacrificación. La realidad empírica sigue siendo: los hidrocarburos suministran más del 80% de la energía mundial pese a los subsidios masivos a las renovables. Los miles de millones de personas más pobres del mundo aspiran al nivel de vida que la energía fósil hace posible. Negarles ese camino, en nombre de la virtud climática, es un nuevo colonialismo en todo excepto en el nombre.
El paralelismo Eisenhower-Trump es algo más que una figura retórica. Ambos se enfrentaron a aliados cuya vanidad imperial ponía en peligro el equilibrio de poder. Eisenhower salvó el orden liberal de posguerra de la extralimitación colonial; Trump puede estar salvando la prosperidad global de la extralimitación ideológica. En ambos casos, el realismo estadounidense impuso límites que Europa occidental se negó a reconocer.
El Sur Global se alinea con la realidad
Los países en desarrollo han observado esta evolución con una mezcla de alivio y cálculo. Durante décadas, la “financiación climática” de la ONU fue el juego del buscador de rentas: mostrar lealtad a la causa climática para recibir subvenciones. Por un lado, encontramos a ONG ambientales como WWF y Greenpeace y sus filiales y patrocinadores políticos en países en desarrollo, convencidos de que la “crisis climática” exige una reducción radical del desarrollo de petróleo y gas. Por otro lado, están las empresas del sector de energías renovables y sus patrocinadores políticos, que se benefician de subsidios y mandatos regulatorios proporcionados por gobiernos occidentales, la ONU y organizaciones afines del complejo industrial climático.
Los países en desarrollo están despertando al cierre del grifo de la “financiación climática”. La cumbre climática anterior, en Bakú, fue apodada la “COP de la financiación climática” por su objetivo central: acordar cuánto dinero debería destinarse cada año a ayudar a los países en desarrollo a afrontar los “costes relacionados con el clima”. Pero con la reducción de fondos de EE. UU., los incentivos están cambiando. El Fondo Verde para el Clima de la ONU enfrenta un déficit de financiación. EE. UU. rescindió oficialmente 4.000 millones de dólares de los 6.000 millones que tenía pendientes en 2025, y no se espera ninguna financiación estadounidense para la agenda climática globalista de la ONU a partir de ahora.
El proceso de la COP30 continuará, pero su autoridad está rota. La OMI volverá a reunirse, pero sin dinero ni fuerza estadounidense, su “Marco Net Zero” seguirá siendo aspiracional. Europa seguirá sermoneando, pero el mundo desconecta. La intervención de Eisenhower puso fin a las pretensiones imperiales de Europa. El realismo energético de Trump puede poner fin a las pretensiones de liderazgo climático de Bruselas. El mundo no saldrá perdiendo por ello.
Traducido al español para Clintel Foundation por Tom van Leeuwen.

Dr. Tilak K. Doshi
El Dr. Tilak K. Doshi es editor de Energía en Daily Sceptic. Es economista, miembro de la CO2 Coalition y ex colaborador de Forbes. Sígale en Substack y X. Este artículo fue publicado en su Substack el 18 de noviembre de 2025.
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