Miedo de hambrunas falsas en la COP30 colapsada para alimentar la fantasía del Cero Neto
Chris Morrison revela cómo el alarmismo de hambrunas en la COP30 es solo combustible para la fantasía del Cero Neto — y cómo nuestra seguridad alimentaria es mucho mejor de lo que la camarilla climática quiere hacernos creer.
El jefe climático de la ONU, Simon Stiell, comenzó la COP30 en Belém con su mejor histeria, advirtiendo a los delegados que la discordia no sería perdonada mientras las hambrunas se extienden, obligando a millones a abandonar sus hogares. “Titubear mientras las megasequías destruyen cosechas nacionales, haciendo subir los precios de los alimentos, no tiene sentido económico ni político”, habría dicho según el Guardian. Bellas palabras, sin duda, incluso dignas de talar 100.000 árboles maduros de selva tropical para que 50.000 payasos de la COP puedan escucharlas. Casi da pena señalar que en los últimos 30 años los mayores rendimientos agrícolas, gracias a los fertilizantes producidos con hidrocarburos y al aumento de biomasa global generado por un poco más de CO₂ en la atmósfera, han llevado a la casi completa eliminación de la hambruna natural. Nadie ha definido adecuadamente un “refugiado climático”, pero sin duda millones —¡no, miles de millones!— ya huyen en las febriles imaginaciones de los asistentes a la COP y los lectores del Guardian.
Durante los últimos 25 años, la hambruna natural —aquella causada principalmente por factores ambientales como sequías y calor— se ha vuelto extraordinariamente rara. De hecho, la mortalidad por hambrunas naturales lleva cayendo en picada desde hace 100 años. Casi todas las hambrunas provienen de conflictos locales o de estallidos absurdos de ideología política. El “Gran Salto Adelante” del presidente Mao en los años 50 destruyó la agricultura tradicional en China y condujo a decenas de millones de muertes por inanición. Irónicamente, si los fanáticos del Cero Neto logran abolir los fertilizantes producidos con hidrocarburos en todo el mundo, todavía más personas —llegando a miles de millones— pasarían hambre y probablemente morirían.
Según el último State of Food Security and Nutrition Report de la OMS, el hambre afectaba al 8,2% de la población mundial. En 2023 había sido el 8,5% y el máximo reciente fue el 9,2% en 2022. Siempre hay que revisar los cálculos cuando la ONU está involucrada, pero las clasificaciones de hambruna parecen limitarse a zonas de guerra.
Simon Stiell es un histericótico del clima de primera categoría y tiene un largo historial. También andaba por la COP el ex Secretario General de Amnistía Internacional, Kumi Naidoo, quien ofreció la opinión de que “calentaremos el planeta hasta el punto de destruir nuestro suelo y agua, y será tan caliente que no podremos sembrar alimentos”. Los quisquillosos podrían señalar que es difícil “destruir” el H₂O —solo pregúnteles a los entusiastas del hidrógeno, que tienen que gastar fortunas separando sus dos componentes. El calor podría hacerlo, sí, a unos 10.000°C cerca del Sol. Mientras tanto, la directora ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos, Cindy McCain, aseguró que el cambio climático fuera de control ya estaba empujando a millones al hambre mediante fenómenos meteorológicos extremos. Controlar el clima, detener la temperatura, eliminar todos los hidrocarburos de una sociedad moderna para iniciar un brillante futuro… Mao debe de estar riéndose en silencio en su mausoleo de la Plaza de Tiananmén.
Los lectores habituales del Daily Sceptic ya estarán al tanto de toda la palabrería sobre eventos extremos y sequías. Pero por más que se recuerde que incluso el IPCC de la ONU detecta poco o ningún cambio en la mayoría de las tendencias de clima extremo, el susto —el susto número uno— es demasiado rentable como para dejarlo ir y así seguir impulsando la fantasía del Cero Neto.
El profesor Gianluca Alimonti dijo que en 2022 una alianza impía de activistas logró que su muy difundido artículo fuera retractado de Nature un año después. Ahora vuelve con “Alimonti 2”, señalando que no hay tendencias estadísticamente empeoradas de impactos climáticos. En cambio, hay enormes mejoras en nuestra capacidad de adaptación a lo que la naturaleza nos arroje. Alimonti cita hallazgos del IPCC indicando “baja confianza” en la aparición de un aumento de sequías, “de cualquier tipo, en todas las regiones”. Se detecta una falta de cambios similares en ciclones, inundaciones e incendios forestales.
Mientras tanto, se acumulan pruebas de que la Tierra está aumentando la biomasa a un ritmo considerable, ya que niveles más altos de CO₂ —parcialmente gracias al uso humano de hidrocarburos— están rescatando a la atmósfera de niveles casi desnudos en el pasado paleoclimático reciente. Mientras los payasos de la COP viajaban por su “Autopista de la Vergüenza”, construida para su comodidad a costa de talar 100.000 árboles de selva tropical, al menos podrían haberse alegrado con la reciente noticia de que los árboles maduros del Amazonas están devorando el “gas de la vida”. Según un artículo en Nature Plants, engordan un 6% cada década en promedio.
Los fertilizantes derivados de hidrocarburos han sido esenciales para alimentar al mundo, pero el CO₂ también es crucial. Más CO₂ en la atmósfera ha impulsado el crecimiento vegetal casi en todas partes, promoviendo incluso la des-desertificación en zonas marginales, como el África subsahariana. Otro beneficio es que las plantas con más CO₂ necesitan menos agua y pueden sobrevivir mejor donde hay sequías locales. Más biomasa también significa un planeta más saludable, con enormes ventajas en cascada para el ecosistema.
Prometer hambrunas mientras se impulsa el “Gran Salto Adelante” del Cero Neto es solo una de las muchas razones por las que esta delirante élite reunida en la COP30 colapsó bajo el peso de sus propias siniestras incoherencias.
(Traducido al español para Clintel Foundation por Tom van Leeuwen.)

Chris Morrison
Ex periodista financiero y editor. Actualmente es editor de Medio Ambiente en Daily Sceptic, donde este artículo fue publicado el 24 de noviembre de 2025. Síguelo en X.
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